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domingo, 6 de septiembre de 2015

La compasión por las representaciones


Dicen que la foto de Alayn Kurdi puede cambiar la forma de pensar del mundo. Está acostado y parece que duerme abrazando la arena. Su rostro no nos mira y quizá por eso vemos en él tantos reflejos. Nos conmociona ver las suelas de sus zapatos que no pisan la tierra: nos podemos imaginar los caminos andados y los que ya no serán.  Duele ver a un niño de tres años muerto porque es el mayor símbolo de inocencia y me atrevo a decir que de humanidad. En este caso, sabemos que se llama Alayn como una excepción digna de ser mencionada: porque los migrantes pierden hasta el nombre, por ejemplo, pensemos en los niños solos y anónimos que cruzan México diario.

Un texto de The Guardian analiza el poder que tiene una imagen para cambiar algunas percepciones. ¿Será entonces que lo que necesitamos en México es tapizar las calles de fotos de los niños migrantes para lograr un poco de compasión? ¿Será que no bastan las imágenes de niños vendiendo dulces y haciendo malabares que golpean el ojo en cada semáforo? ¿Necesitaremos hacer espectaculares de niños sicarios y otros tantos desplazados por la guerra mexicana?

Al final, no basta con enternecerse con la imagen de un niño. ¿Hasta qué punto es útil empatizar cuando hay una cámara o un vidrio de por medio? Si algo pueden lograr las imágenes, es tal vez confrontarnos con nosotros mismos. Nos obligan a vernos en el espejo y asumir que nuestra sociedad, nuestros principios, están rotos. Ojalá que el mismo asombro y escozor que causa la foto de Aylan nos acompañe cuando caminamos por nuestras calles, porque cuando no nos sorprende que un niño que apenas alcanza a asomar la mirada por la ventana de un coche esté vendiendo dulces para subsistir, nuestra humanidad se descose. 













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