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jueves, 5 de enero de 2012

De pie, como un árbol...

Dicen las malas lenguas que lo más difícil es el cambio y desde hace unos cuantos meses estoy de acuerdo. Por una pequeña variación acabo de mear el baño entero de nuevo, cuando medio dormida todavía, intenté descargar el agua acumulada en mi tanque durante la noche.
Estoy que me carga la fregada porque en verdad no es de señoritas estar orinando el piso del baño cada mañana y luego, para colmo, pierdo valerosos minutos de mi día limpiando como chacha el accidente antes de que Enrique se despierte y se resbale con el agua concentrada que sale de mí cada amanecer.
Pensé que a partir de la operación me iba a sentir una mujer más plena y sensual. Enrique me apoyó en todo el proceso y aunque aseguraba que yo le gustaba tal y como era, se le notaba luego, luego la felicidad cuando le conté la decisión que había tomado.
Plena y sensual. Me siento como comercial de incontinencia.
Bien me decía mi mamá que no iba a ser tan fácil como yo me lo imaginaba, que la terapia a la que empecé a ir desde hace dos años, cuando decidí que el cambio era necesario, no iba a ser suficiente. ¡Qué razón tenía! Y no es que la señora sea una moralina cualquiera que se opusiera a que yo fuera en contra de la naturaleza, pero siempre le preocupó que yo me atreviera a retar a San Freud de esta manera.
Y con el asco que me dan los meados. Todos mis pies quedan empapados en las mañanas y despierto verdaderamente cuando siento el líquido caliente resbalar por mis piernas. Me da un coraje. Luego pienso que voy a terminar usando pañal para dormir, pero supongo que eso no ayudaría a mi relación con Enrique. Hijo de su madre, no sabe qué suerte tiene al haber nacido como es, con biología y mente coordinadas, y al no llenarse de pis todas las chingadas mañanas.
Y a mi papá mejor ni contarle de esto; no le voy a dar el gusto al viejito. Aunque fue gracias a él que pude lograr el cambio porque su amigo, el Doctor Pedro Padilla, me dio un descuentazo sin el cual no podría haber logrado mi sueño. ¡Cuál sueño! Esos pinches rucos seguro sabían que esto iba a pasar y han de estar cagándose de risa imaginándome todas las mañanas.
Desde que era chiquita se notaba el reproche en la cara de mi papá, aunque su estandarte de liberal le prohibía hacer algo al respecto. Me chocaba ver como a mis hermanas sí las trataba como señoritas todo el tiempo, especialmente en navidad. El gordo de Santa Claus les llevaba a ellas muñecas y maquillaje y a mí un méndigo balón de soccer o cochecitos. Luego mis hermanas se enojaban porque les robaba sus cosas, pero la verdad es que no me quedaba de otra: era sólo una niñita
¡Qué asco! No debí haber tomado tanta agua antes de dormir. Pero pues es que se me había pasado todo el día y no había bebido los dos litros que dicen en la tele que tengo que consumir para no terminar toda gorda como mi hermana María. La pobre se la pasa disque haciendo ejercicio todos los días, pero como traga como marranito y no toma el agua que debería, está toda obesa. El día que me casé con Enrique, estaba que no se la acababa. Según ella, su enojo era porque elegí como color para el vestido de las damas de honor un rosa claro que la hacía ver como Peggy, la puerquita. Luego, sin querer, le presenté a un amigo de Enrique que se llama René…y para qué les cuento; si no hubiera sido el día de mi boda, me cae que sí se me va a los chingadazos. La verdad de todo el asunto es que ella estaba encabronada porque bien dicen que hermana saltada, hermana quedada.
A ella tampoco le voy a contar.
Lo peor del asunto es que el problemón no termina en las mañanas. Eso de ir a baños públicos en mi nuevo estado es una verdadera fregadera. Cuando una tiene el entrenamiento necesario para ir “de aguilita” pues es muy fácil, pero aprender todo el numerito ya pasados mis veintitrés…veinticinco…ok, treinta añitos, está cabrón. Y eso que mis piernas están fuertes, pero la mayoría de las veces no termino de descargar el contenido de mi vejiga porque rápidamente me empiezan a doler los muslos antes de sentir que he terminado. Más que ser una forma de higiene parece posición de pilates. Señores metrosexuales, cuáles sentadillas ni qué nada…si quieren unos muslos torneados, intenten hacer de aguilita cada que están en un bañó público.
Y luego en la calle. Enrique y yo somos bien parranderos; andamos todos los fines de semana, desde el miércoles, en la peda. Antes era fácil parar el coche, echar la firma y subirnos de nuevo; claro, cuando yo estaba ya muy peda: sobria siempre he sido una dama. Nada de andar buscando gasolineras o un Vips a donde ir a hacer pipí. El otro día, hasta nublado empecé a ver y me comenzó a doler la cabeza. Enrique me llamó exagerada, pero el maldito macho no sabe de lo que está hablando. Luego encontramos por fin una gas abierta, me colé al baño y para variar, no había ni un mentado cuadrito de papel. Antes no me fijaba en esos pequeños detalles, pero ahora no es tan fácil como sacudir y ya…ya no hay nada que sacudir. Estaba tan borracha que sí me valió madres no tener cómo limpiarme, pero ya no pude seguir la fiesta en paz: entre el dolor de cabeza y la idea de que estaba toda sucia. Terminamos regresando temprano a casa.
Y hoy de nuevo el maldito hábito vertical que no se quita. Enrique no se ha dado cuenta de que el piso del baño está recién trapeado todas las mañanas. Hombre tenía que ser.
Me cae que ya mejor voy a dejar de tomar agua para ahorrarme todos estos pedos, aunque acabe como mi hermana, María.

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