Dicen las malas lenguas que lo más difícil es el cambio y desde hace unos cuantos meses estoy de acuerdo. Por una pequeña variación acabo de mear el baño entero de nuevo, cuando medio dormida todavía, intenté descargar el agua acumulada en mi tanque durante la noche.
Plena y sensual. Me siento como comercial de incontinencia.
Desde que era chiquita se notaba el reproche en la cara de mi papá, aunque su estandarte de liberal le prohibía hacer algo al respecto. Me chocaba ver como a mis hermanas sí las trataba como señoritas todo el tiempo, especialmente en navidad. El gordo de Santa Claus les llevaba a ellas muñecas y maquillaje y a mí un méndigo balón de soccer o cochecitos. Luego mis hermanas se enojaban porque les robaba sus cosas, pero la verdad es que no me quedaba de otra: era sólo una niñita
¡Qué asco! No debí haber tomado tanta agua antes de dormir. Pero pues es que se me había pasado todo el día y no había bebido los dos litros que dicen en la tele que tengo que consumir para no terminar toda gorda como mi hermana María. La pobre se la pasa disque haciendo ejercicio todos los días, pero como traga como marranito y no toma el agua que debería, está toda obesa. El día que me casé con Enrique, estaba que no se la acababa. Según ella, su enojo era porque elegí como color para el vestido de las damas de honor un rosa claro que la hacía ver como Peggy, la puerquita. Luego, sin querer, le presenté a un amigo de Enrique que se llama René…y para qué les cuento; si no hubiera sido el día de mi boda, me cae que sí se me va a los chingadazos. La verdad de todo el asunto es que ella estaba encabronada porque bien dicen que hermana saltada, hermana quedada.
Lo peor del asunto es que el problemón no termina en las mañanas. Eso de ir a baños públicos en mi nuevo estado es una verdadera fregadera. Cuando una tiene el entrenamiento necesario para ir “de aguilita” pues es muy fácil, pero aprender todo el numerito ya pasados mis veintitrés…veinticinco…ok, treinta añitos, está cabrón. Y eso que mis piernas están fuertes, pero la mayoría de las veces no termino de descargar el contenido de mi vejiga porque rápidamente me empiezan a doler los muslos antes de sentir que he terminado. Más que ser una forma de higiene parece posición de pilates. Señores metrosexuales, cuáles sentadillas ni qué nada…si quieren unos muslos torneados, intenten hacer de aguilita cada que están en un bañó público.
Y luego en la calle. Enrique y yo somos bien parranderos; andamos todos los fines de semana, desde el miércoles, en la peda. Antes era fácil parar el coche, echar la firma y subirnos de nuevo; claro, cuando yo estaba ya muy peda: sobria siempre he sido una dama. Nada de andar buscando gasolineras o un Vips a donde ir a hacer pipí. El otro día, hasta nublado empecé a ver y me comenzó a doler la cabeza. Enrique me llamó exagerada, pero el maldito macho no sabe de lo que está hablando. Luego encontramos por fin una gas abierta, me colé al baño y para variar, no había ni un mentado cuadrito de papel. Antes no me fijaba en esos pequeños detalles, pero ahora no es tan fácil como sacudir y ya…ya no hay nada que sacudir. Estaba tan borracha que sí me valió madres no tener cómo limpiarme, pero ya no pude seguir la fiesta en paz: entre el dolor de cabeza y la idea de que estaba toda sucia. Terminamos regresando temprano a casa.
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