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lunes, 9 de enero de 2012

Raciopasionalizando

(Les comparto un cuento que escribí hace mucho tiempo).
Cada noche cambia su nombre, es lo único que realmente controla, porque él, como el resto de la humanidad (quizás más), no es capaz de controlar sus emociones. Ama como nadie, para él el amor es aquel dios en el que todos creen, a pesar de jamás verlo o respetarlo. Hoy, y sólo por hoy, su nombre es Martín.
Siento tu cuerpo cerca del mío. Mi piel se eriza. Quiero poner en palabras lo que mi sangre caliente y concentrada no se atreve a decir. No soy humano en este momento, pues no puedo expresar lo que siento. Te amo, por una única y gloriosa vez te estoy amando. Las palabras están atrapadas; siento un vértigo ensordecedor. Tu cuerpo enredado en el mío da vida (y muerte) al mundo. Tu cabello, haciendo fiesta en mi entrepierna, realiza la tarea en la que las palabras han fallado, transmite una electricidad racional…pasional…raciopasional. Palabras. Algo se agolpa en mi garganta ahogando un grito. No puedo más. Tu cuerpo me atormenta. “Yo la quise, y a veces ella también me quiso”
Y exactamente ¿Cómo se comporta un Martín? Definitivamente es lo opuesto a un Leonardo. Un Martín cree en algo, en el infinito, el ser y el amor. Con paso firme camina por la ciudad, viendo en cada oportunidad su reflejo, analizando su nuevo yo, el de hoy; ese esporádico ser que encarnará su alma hasta el amanecer de mañana. A veces piensa que él es el único capaz de entender el sutil arte de un disfraz nomine, y tal vez sea así. Cada día maquilla su espíritu con la más escasa perfección de la que es capaz el ser humano, no deja transparente un solo poro de su ego. El día de hoy, nadie dudaría que se trata de un Martín.
Termino dentro de ti. Vacío todo mi ser. Todo yo termino en ti. Mi olor, mi mirada, mi música, mi aliento, mi piel, mi convicción absoluta, mi pasión, mi dolor…tu dolor. “Como para acercarla, mi mirada la busca”.Espero que en este momento la lucha haya significado el último delirio de amor, que tus ojos, como el resto de tu ser, hayan guardado algo de mí.
El primer día de su vida fue un José, conservó esa vestimenta indigna de él por mucho años. “Josesíto” le decía su mamá, haciéndolo sentir como un inútil cada vez que escupía esa etiqueta sobre su ser. Soportó la blasfemia por quince años, hasta que salió de su casa y conoció a Paula. Ella le llevaba muchas canas, tal vez demasiadas. Lo recogió como perro abandonado en la esquina de Sullivan e Insurgentes en una noche de poco trabajo. De ella aprendió todo, incluso el placer de cambiar su esencia. Con cada encuentro Paula le llamaba de diferente manera (Joaquín, Mauricio, Arturo, Ramón….María), un fetiche para ella, una manera de vivir para él, quien supo absorber cada una de las lecciones en la cama de su compasiva amiga, aquélla que le maquilló el espíritu por vez primera. Por que en noches como esta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido.
Nunca más te amaré, pero en mi mente siempre quedará esta última mirada. Tu último suspiro me rompe el corazón. Estaré siempre en tu ser, tu boca, tus dientes, “su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos”, esas uñas que desgarraron mi espalda, tu espíritu luchador; patadas de niña que envolvieron mi abrazo.
No es fácil vivir como él lo hace, muchos no comprenden lo difícil que es ser dios del alma propia, pero no de los instintos animales. En muchos sentidos, José…Martín se considera un ser humano en todo el sentido de la palabra; en muchos otros le repugna su propio reflejo anómalo, encarnación de sus más obscuros sueños. Es un antinarciso. Huye. La piel le quema, necesita a quien amar.
“Mi alma no se contenta con haberla perdido”.Te dejo, con dolor, en el lugar menos apropiado, el que menos te mereces. Me voy, no sin antes verte de nuevo. Así como me gustas, desnuda. Es en tu cuerpo al aire en dónde me veo a mí mismo; admiro la osadía de tu piel despejada. .
Como cada noche, Martín consumó el acto que dejaría la estampa en su propio nombre, absorbiendo el de alguien más. Mañana será otro, Edgar quizás, y encontrará otra mujer a la cual amar sólo por una única y absoluta vez. Con paso firme, seguro y satisfecho, se aleja del cuerpo inerte, perdido y rígido que ha depositado en la barranca de siempre. En el fondo puede observar el ramillete que ha formado con tantas noches de pasión: un montón de mujeres ingenuas que siguieron un amor inexistente hasta la sepultura. No puede evitar las tradicionales lágrimas que su pasión necrófila provoca al abandonar a su amada de la noche. “Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como pasto el rocío.” Desaparece enamorado, más que nunca.

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